lunes, abril 3

Conjuro granadino

José Val del Omar: el más grande de entre todos los artesanos del cine; alquimista y taumaturgo de objetos, observador del momento exacto de la transfiguración. Abdicador de los abecedarios fílmicos y los diccionarios llameantes, hacedor de una imagen que es muchas y de un sonido que es muchos: sin fin, sinfín… Agua que es espejo, piedra que es sombra, sol que es flor, luz que se pulveriza como un rayo y parte la tierra. El misterio de un cine como éste es que se pronuncia sin develarse, pero, además, que retoma el misterio que ya está en las cosas, acaso un palimpsesto de artefactos simples que por acumulación e historia son cantos, bailes, tiempo. Ciencia y vanguardia de las manos; vanguardia que retoma la cultura yaciente en el barro, en los azulejos y los crucifijos. Mineral sumergido en agua de río, planos profanos que recuperan el poso de los pozos milagrosos, que absorben los dichos locales en su forma y materia, en sus series y variaciones, en sus trazos y asentamientos. Cine dependiente de los infinitos años acumulados en un guijarro.

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